Cuba: ¿cuál es el verdadero coste del embargo?
El régimen comunista instaurado en Cuba tras la Revolución de 1959 ha sustentado su legitimidad en una serie de narrativas que atribuyen las penurias de la isla a factores externos, a la vez que ensalzan supuestos logros sociales de la revolución. Durante décadas, la propaganda oficial ha culpado casi exclusivamente al embargo estadounidense –denominado internamente como “el bloqueo”– por el estancamiento económico y la miseria en Cuba. Paralelamente, se destacan avances en alfabetización, salud pública e igualdad social como justificativos del sistema político imperante. Sin embargo, un análisis riguroso de la evidencia económica, social, política y de derechos humanos desmiente estos mitos y señala causas endógenas –derivadas del propio modelo instaurado por Fidel Castro y sus sucesores– como las principales responsables de la dramática situación que vive el pueblo cubano.
En este artículo se exploran las distintas dimensiones de la realidad cubana pos-1959 para desmontar las narrativas justificadoras del régimen castrista. En particular, se muestran datos históricos y hallazgos de investigaciones recientes presentadas en The Forsaken Road: Reassessing Living Standards Following the Cuban Revolution and the American Embargo de Bastos, Geloso y Pavlik (2025), que aportan evidencia contundente sobre las verdaderas causas de la miseria cubana.
Asimismo, se abordan los aspectos sociales (salud, educación, nivel de vida), el contexto político y las sistemáticas violaciones de derechos humanos que han caracterizado al régimen. El resultado es un panorama esclarecedor: lejos de ser la víctima inocente de una agresión económica externa, el gobierno cubano ha sido artífice de un monumental fracaso económico y de la represión de su propio pueblo, factores que explican mucho mejor el estancamiento de Cuba desde mediados del siglo XX.
El embargo estadounidense: ¿excusa o causa real del desastre económico?
Pocas narrativas han sido tan insistentes como la que atribuye todos los males económicos de Cuba al embargo impuesto por Estados Unidos a partir de la década de 1960. La versión oficial habla de un “bloqueo” asfixiante que habría paralizado el desarrollo de la isla. Sin embargo, esta explicación simplista no resiste el escrutinio de los datos.
En primer lugar, conviene aclarar qué es y qué no es el embargo. Las sanciones estadounidenses restringen desde 1962 el comercio bilateral y ciertas transacciones financieras con Cuba, pero no impiden que Cuba comercie con el resto del mundo. De hecho, la propia información oficial cubana muestra que la isla mantiene relaciones comerciales activas con alrededor de la mitad de los países del planeta, incluyendo a todas las grandes economías mundiales. Cuba exporta e importa bienes de todos los países de la Unión Europea, de prácticamente toda América Latina, así como de Canadá, Asia y África.
Incluso mantiene intercambios con el propio Estados Unidos en rubros permitidos: por ejemplo, EE.UU. figura entre los principales proveedores de alimentos y medicinas de Cuba, ocupando el 4º lugar entre los países de los que Cuba más importa. Lejos de ser un bloqueo absoluto, el embargo norteamericano tiene excepciones importantes –desde 2000 EE.UU. autoriza ventas de alimentos y productos farmacéuticos a Cuba, pagados en efectivo– lo que ha llevado a situaciones paradójicas: en años recientes, dos tercios del pollo importado por Cuba provenían de Estados Unidos, al igual que cerca de una cuarta parte de sus importaciones de teléfonos móviles. Así, resulta evidente que Cuba no está aislada comercialmente del mundo ni privada de acceder a bienes esenciales por completo.
Entonces, ¿por qué la economía cubana muestra un desempeño tan pobre? Diversos estudios indican que las causas fundamentales son internas y estructurales, relacionadas con las políticas adoptadas tras la Revolución, más que con las sanciones externas. Un estudio publicado por el Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL) ya concluía en 2007 que la pobreza crónica de Cuba no puede atribuirse al embargo estadounidense, sino al “monumental fracaso del modelo económico comunista” implantado en la isla. Los autores señalaban que, aún si desaparecieran todas las barreras externas, Cuba difícilmente experimentaría un “boom” de prosperidad mientras subsistan sus propias trabas internas, dado el bajísimo poder adquisitivo del salario real de los cubanos y la escasa productividad de su economía. En otras palabras, el estrangulamiento económico proviene más de la ineficiencia e improductividad del sistema centralizado que de las restricciones comerciales de EE.UU.
Esta interpretación ha recibido un respaldo empírico contundente en 2025 con la publicación del estudio “The Forsaken Road” de João Pedro Bastos, Vincent Geloso y Jamie Bologna Pavlik. Este trabajo investiga el efecto causal de la Revolución de 1959 sobre el ingreso per cápita cubano, utilizando un enfoque de control sintético para comparar la Cuba real con un contrafactual: es decir, una Cuba hipotética sin revolución (y por tanto sin las transformaciones radicales posteriores). Crucialmente, los investigadores emplean datos de PIB revisados que no dependen de las estadísticas oficiales del régimen, las cuales a menudo han sido cuestionadas por posible manipulación. Además, ajustan las cifras descontando la masiva ayuda externa soviética que recibió Cuba durante décadas. Esto les permite separar el impacto económico directo de la Revolución de otros factores concomitantes como el embargo de EE.UU. y las subvenciones extranjeras.
¿El resultado? Cuba muestra un atraso económico enorme en comparación con su contrafactual. Según Bastos et al., el PIB per cápita de Cuba cayó muy por debajo de lo que cabría esperar si no hubiese ocurrido la Revolución. Incluso utilizando estimaciones conservadoras, el estudio identifica una brecha sustancial en el nivel de vida. Más revelador aún, al cuantificar por separado el efecto del embargo, los autores encuentran que las sanciones estadounidenses explican solo una pequeña fracción del rezago.
En palabras del estudio, “el embargo solo explica una porción menor del bajo desempeño de Cuba relativo al contrafactual”. De hecho, al simular el impacto de la menor apertura comercial por las sanciones, la pérdida de ingreso atribuible al embargo oscila apenas entre un 3% y un 10%. Este rango, si bien no es despreciable, resulta claramente insuficiente para justificar el abismo económico que separa a Cuba de donde podría haber estado de seguir una senda de desarrollo normal. Dicho de otro modo, más del 90% del deterioro económico no puede achacarse al embargo. La conclusión es inequívoca: “el gran culpable es la propia Revolución” y el sistema socialista que instauró.
Una forma intuitiva de apreciar este fenómeno es comparar la posición de Cuba en el contexto latinoamericano antes y después del castrismo. En efecto, Cuba no siempre fue un país pobre dentro de la región; al contrario, en las décadas previas a 1959 exhibía indicadores económicos relativamente elevados. Por ejemplo, en 1950 Cuba ocupaba el séptimo lugar en PIB per cápita entre los 47 países de América Latina y el Caribe. Se codeaba con las naciones más prósperas del hemisferio (solo superada entonces por Venezuela, Argentina, Uruguay, Chile, Trinidad y Guatemala). Sin embargo, tras dos generaciones bajo el modelo comunista, Cuba sufrió una dramática reversión de la fortuna: para 2001 se había desplomado hasta ser el tercer país más pobre de Latinoamérica en términos de ingreso per cápita, solo por encima de Nicaragua y Haití.
En otras palabras, pasó de estar en la parte alta del ranking regional a caer casi al fondo. Este declive relativo ilustra que, mientras otros países latinoamericanos –con sus propios problemas políticos y económicos– lograron crecer modestamente en la segunda mitad del siglo XX, Cuba se estancó o retrocedió bajo un sistema que eliminó la empresa privada, desincentivó la iniciativa y dependió excesivamente de apoyos externos.
De hecho, cabe recordar que, durante buena parte de la Guerra Fría, la economía cubana fue sostenida artificialmente por enormes subsidios de la Unión Soviética y sus aliados. Se estima que entre 1960 y 1990 Cuba recibió del bloque socialista más de 65.000 millones de dólares en ayuda y precios preferenciales, un monto colosal equivalente a seis Planes Marshall distribuidos a lo largo de tres décadas. Estas subvenciones incluían petróleo prácticamente gratuito (que Cuba reexportaba), compra de azúcar cubano a precios muy por encima del mercado, créditos blandos y todo tipo de asistencia. Lejos de invertirse productivamente, ese flujo masivo de recursos externos fue dilapidado por el régimen castrista.
Pese a recibir el equivalente a varias reconstrucciones europeas, Cuba no logró despegar su crecimiento ni desarrollar una economía sostenible. La fragilidad de su modelo quedó expuesta cuando, a inicios de los 90, desaparecieron los subsidios soviéticos: la isla entró en el catastrófico Período Especial, con una contracción de aproximadamente un 35% del PIB en pocos años.
Cabe resaltar que el embargo de EE.UU. se mantuvo prácticamente igual antes, durante y después de esa época –por tanto, no puede explicar ese colapso–. Fueron el fin de las ayudas externas y las deficiencias internas (una agricultura improductiva, ausencia de divisas, industria obsoleta) las que precipitaron la crisis. Incluso tras estabilizarse, la economía cubana nunca recuperó plenamente el nivel de bienestar anterior a 1989, quedando estancada con bajo crecimiento. En los 2000, nuevos auxilios –esta vez provenientes de Venezuela, con petróleo subsidiado y créditos generosos– volvieron a apuntalar temporalmente al régimen, pero nuevamente sin traducirse en prosperidad sostenible. Aun con el sostén de Caracas (estimado en más de 5.000 millones de dólares anuales en su auge), Cuba no despegó y hoy se enfrenta a otra aguda crisis tras el declive de la ayuda venezolana.
En suma, la evidencia histórica y los análisis económicos coinciden: las raíces de la miseria cubana son principalmente internas. El embargo de EE.UU., si bien impone ciertos costes, está lejos de ser la causa principal del estancamiento. De hecho, organismos independientes señalan que la política de embargo –errada o no en términos estratégicos– ha servido más que nada de excusa al régimen cubano para justificar sus fracasos.
Human Rights Watch observaba ya en 2016 que el prolongado embargo estadounidense proporcionó al gobierno castrista un pretexto para explicar la escasez y desviar la culpa de sus propios abusos. Por ende, desmontar el mito del bloqueo implica reconocer que la mayor responsabilidad recae en el sistema político-económico instaurado por los Castro. Este sistema, caracterizado por la propiedad estatal casi absoluta, la planificación centralizada ineficiente, la ausencia de derechos económicos básicos (como emprender un negocio libremente) y la falta de incentivos, ha generado pobreza, desabastecimiento crónico y dependencia estructural de la ayuda externa. Mientras ese modelo no cambie, la eliminación del embargo por sí sola difícilmente cambiaría el destino económico de Cuba de manera significativa.
Conclusiones
A más de seis décadas del triunfo de la Revolución, Cuba presenta un panorama desolador en lo económico, social y político. La promesa utópica de prosperidad y justicia social se transformó en una realidad de miseria compartida y falta de libertades. Como hemos examinado tanto en esta entrega como en otras anteriores, los mitos propagados por el régimen de los Castro para explicar o justificar esta situación no se sostienen frente a la evidencia:
El mito del embargo como causa principal del estancamiento económico queda refutado por datos históricos y estudios rigurosos. La economía cubana ha sufrido principalmente por las decisiones internas del modelo comunista: estatización absoluta, políticas erráticas y dependencia de subsidios. Las sanciones de EE.UU., en comparación, han tenido un impacto limitado –estimado en solo un dígito porcentual del PIB– insuficiente para causar la catástrofe económica observada. Cuba comercia con decenas de países y podría hacerlo aún más de no ser por trabas impuestas por su propio gobierno. Lejos de ser el “bloqueo” externo el factor decisivo, la verdadera losa sobre la economía cubana ha sido el bloqueo interno a la iniciativa privada y a la eficiencia. La evidencia empírica reciente confirma que la Revolución y su sistema son los principales responsables del paupérrimo desempeño económico de Cuba.
Los llamados logros sociales de la Revolución, si bien tuvieron un mérito en contexto histórico (alfabetización masiva, ampliación de salud básica, reducción de ciertas desigualdades), no pueden desligarse de los costes con que se obtuvieron ni de su deterioro posterior. Otros países han logrado mejoras sociales comparables sin necesidad de reprimir a su población ni aislarla del mundo. En Cuba, los promedios sanitarios y educativos positivos convivieron con la escasez material crónica, la ausencia de libertad para difundir ideas, y con el hecho de que cualquier avance estaba subordinado al Estado omnipresente. Hoy, muchos de esos indicadores están estancados; el sistema de salud afronta carencias severas y el nivel educativo se resiente por la falta de oportunidades. La supuesta equidad social degeneró en la nivelación por abajo: todos igualmente pobres, salvo la elite gobernante. En síntesis, los avances sociales han sido limitados y no se sostuvieron en el tiempo, a la vez que no compensan moralmente la falta de derechos básicos.
El régimen político cubano se revela como una dictadura de partido único que, para perpetuarse, ha negado sistemáticamente los derechos humanos de sus ciudadanos. La represión de la disidencia, la censura, las prisiones por motivos de conciencia y el control absoluto sobre la vida pública han sido la norma desde 1959. Lejos de tratarse de medidas temporales o excepcionales, han constituido la columna vertebral del sistema. Esto desmiente cualquier noción de que Cuba sea una “democracia diferente” o que el pueblo apoye unánimemente a sus líderes: el apoyo es forzado o simulado bajo coerción. Constatamos que el precio que el pueblo cubano ha pagado por los llamados logros de la Revolución ha sido la pérdida de su libertad durante generaciones. Miles de familias separadas por el exilio, miles de presos políticos, otros miles de vidas truncadas en el mar escapando, son parte de ese saldo trágico.
En vista de todo lo anterior, resulta claro que la “miseria cubana” tiene raíces profundas en el propio régimen castrista y sus políticas, más que en conspiraciones foráneas o fatalidades históricas. Esto no exonera por completo la responsabilidad de factores externos –el embargo ciertamente ha añadido penurias y debería debatirse su continuidad en términos humanitarios y estratégicos–, pero es engañoso presentarlo como la causa primaria. El principal bloqueo que sufre Cuba es el de un sistema que estrangula la creatividad económica, la iniciativa individual y la libertad política de su gente.
Desmontar los mitos del régimen comunista de los Castro no es un mero ejercicio intelectual, sino un paso necesario para enfrentar la realidad y buscar soluciones genuinas. Mientras se siga atribuyendo cada escasez al embargo y cada problema a enemigos externos, las verdaderas reformas internas seguirán postergadas. Es indispensable reconocer que el modelo estatista centralizado ha fracasado en proveer bienestar sostenible. Solo a partir de esa aceptación, Cuba podría emprender un camino diferente –como lo hicieron otras naciones socialistas que se reformaron–, un camino que libere las fuerzas productivas, incorpore la participación ciudadana en las decisiones y respete los derechos fundamentales. Asimismo, la comunidad internacional debe mantener la presión y la atención sobre la situación de derechos humanos en Cuba, desmontando la narrativa complaciente que a veces presenta al régimen como víctima en vez de como lo que es: el principal victimario de su propio pueblo.
En conclusión, la Cuba real, la que padece el cubano de a pie, nos enseña que ninguna revolución justifica per se la perpetuación de la pobreza y la falta de libertad. Los mitos oficiales han servido para encubrir la responsabilidad del gobierno en la debacle nacional, pero la verdad respaldada por los datos es difícil de ocultar indefinidamente. Cuba fue en el pasado un país relativamente próspero y podría haber seguido siéndolo; su hundimiento no es culpa del destino ni de un embargo, sino de decisiones políticas concretas. Y aunque se lograron mejoras sociales puntuales, estas vinieron acompañadas de un régimen represivo que aniquiló las libertades y, con el tiempo, minó también las propias conquistas materiales que exhibía. La narrativa propagandística del castrismo se desmonta así pieza por pieza: ni el embargo es el gran causante de la miseria, ni la Revolución trajo un paraíso social sin costes, ni la represión puede excusarse por las circunstancias.
La miseria cubana es, lamentablemente, el resultado predecible de un camino político-económico erróneo –un “camino abandonado”, como lo llaman Bastos, Geloso y Pavlik– que Cuba emprendió hace más de sesenta años. Entender esta realidad es fundamental para abogar por un cambio que finalmente le devuelva al pueblo cubano la prosperidad y la libertad que merece.