Lo que Cuba puede aprender de Chile y Panamá
La transición hacia un modelo de libre mercado en Cuba requerirá estudiar experiencias cercanas en América Latina. A lo largo del siglo XX y XXI, varios países latinoamericanos emprendieron reformas económicas profundas, logrando transformaciones que pueden ofrecer lecciones valiosas para Cuba. En Europa del Este y Asia hemos visto transiciones de economías planificadas a economías de mercado; sin embargo, Latinoamérica brinda ejemplos más próximos culturalmente que facilitan la adaptación de políticas a la realidad cubana. Chile y Panamá destacan como casos exitosos de transición económica, donde la apertura de mercados y la estabilidad macroeconómica fueron claves para su crecimiento. Este artículo analiza cómo Chile y Panamá implementaron reformas pro-mercado, evaluando su impacto en la economía y sociedad, y discute cómo esas lecciones podrían aplicarse a una futura transición cubana.
El caso de Chile
Chile vivió una transformación radical de su modelo económico durante el período de 1973 a 1990, bajo la influencia de los llamados Chicago Boys. Este grupo de economistas chilenos, formados en la Universidad de Chicago, implementó desde 1975 un conjunto de reformas neoliberales que marcaron un antes y un después en la economía chilena.
Entre las medidas destacadas estuvieron la liberalización de mercados internos, reduciendo controles de precios y fomentando la competencia; la privatización masiva de empresas estatales, trasladando industrias clave del sector público al privado; la apertura comercial mediante la reducción arancelaria y la promoción de exportaciones; y la estabilización macroeconómica, especialmente enfocada en controlar la inflación y sanear las finanzas públicas. Estas políticas se aplicaron en oleadas: una primera fase entre 1974 y 1983, una segunda en 1985 y otra en 1990, consolidando un nuevo modelo económico orientado al libre mercado.
El impacto en el crecimiento económico fue notable. Tras superar la crisis de 1982, Chile entró en una fase de crecimiento acelerado durante los años 80 y 90. La combinación de disciplina fiscal, tipo de cambio competitivo y reformas estructurales se tradujo en un incremento sostenido del PIB. Milton Friedman acuñó el término "Milagro de Chile" al observar que, en la década de 1980, Chile lograba crecimientos superiores al promedio latinoamericano, sentando bases para una de las economías más sólidas de la región. En efecto, gráficas históricas muestran cómo la tasa de crecimiento del PIB chileno repuntó por encima del promedio sudamericano a partir de mediados de los 80, reflejando el éxito de las reformas pro-mercado.
Gráfico 1. Evolución de la renta per cápita en Chile en comparación con Cuba y Latinoamérica, en paridad de poder adquisitivo, dólares de 2011.
Fuente: Our World in Data.
En el plano social, los resultados también fueron significativos, aunque con matices. La pobreza en Chile se redujo drásticamente: si en 1988 cerca del 15% de la población vivía bajo la línea de pobreza, para el año 2000 esa cifra había bajado al 5,8%. Algunos estudios del Banco Mundial atribuyen aproximadamente un 60% de esta reducción de pobreza al crecimiento económico generado por las reformas, y el resto a programas sociales focalizados. No obstante, las políticas iniciales también tuvieron costes sociales y polémicas. Con el retorno a la democracia en 1990, los gobiernos chilenos mantuvieron la orientación de libre mercado, pero complementándola con políticas más de tipo social para abordar estos desafíos, consolidando así un modelo mixto de crecimiento.
Gráfico 2. Evolución de la extrema pobreza en Chile.
Fuente: Our World in Data.
En síntesis, el caso chileno demuestra que una apertura económica amplia, acompañada de estabilidad macroeconómica, puede detonar un crecimiento robusto. Para Cuba, la experiencia de Chile sugiere la importancia de liberar las fuerzas productivas internas, permitir la inversión privada y extranjera, y controlar la inflación. Asimismo, resalta que el orden de las reformas (por ejemplo, primero estabilizar y luego liberalizar gradualmente) y la protección a grupos vulnerables durante la transición son elementos cruciales para el éxito a largo plazo.
El ejemplo de Panamá
Panamá ofrece otro modelo latinoamericano de transformación hacia el libre mercado, aunque mediante un camino diferente. Desde mediados del siglo XX, Panamá desarrolló una economía centrada en servicios financieros, logísticos y comerciales. Un factor histórico singular fue la creación de la Zona Libre de Colón en 1948, concebida como un gran puerto libre de impuestos para el comercio internacional. Esta zona franca permitió a Panamá convertirse en un hub de reexportación de mercancías en las Américas, generando empleos e ingresos en divisas.
Una de las reformas clave de Panamá fue la apertura financiera. El país adoptó el dólar estadounidense como moneda oficial desde 1904 (tras su separación de Colombia), lo cual eliminó el riesgo cambiario y atrajo bancos internacionales. Hacia las décadas de 1970 y 1980, la capital, Ciudad de Panamá, se consolidó como un centro bancario regional gracias a leyes flexibles para la banca internacional. Paralelamente, la ausencia de un banco central y el uso del dólar fomentaron una baja inflación y una marcada estabilidad financiera, especialmente en comparación con el resto de América Latina.
La apertura comercial también se profundizó con el tiempo. Además de la Zona Libre de Colón, la reinversión en el Canal de Panamá tras su cesión en 1999 y la privatización de puertos y aeropuertos en los años 90 impulsaron el sector logístico. Las reformas de mercado durante el gobierno de Ernesto Pérez Balladares (1994-1999) incluyeron la privatización de empresas estatales, la liberalización del comercio uniéndose a la OMC, y la promoción decidida de la inversión extranjera. Estas medidas modernizaron la infraestructura y ampliaron la capacidad productiva del país.
El impacto en el crecimiento panameño fue notablemente positivo. Desde fines de los 90 y durante las dos primeras décadas del siglo XXI, Panamá registró uno de los crecimientos económicos más altos del hemisferio occidental, a menudo superando el 5-6% anual. Gracias a su modelo de servicios, su PIB per cápita se multiplicó, pasando de niveles modestos en los años 80 a encabezar América Latina en la actualidad. Un vistazo a la evolución del PIB per cápita de Panamá refleja un punto de quiebre a partir del año 1990, con una aceleración significativa del crecimiento. Esto coincide con el retorno de la democracia, el fin de las sanciones internacionales tras la salida de Noriega en 1989, y las reformas pro-mercado de mediados de los 90.
En el siguiente gráfico se puede comprobar esta notable evolución de la renta per cápita panameña en comparación a la de Latinoamérica con un espectacular crecimiento desde la década de los 80, cuando se introdujeron las reformas de libre mercado. También es destacable el hecho de que, en 1950, Cuba partía de una posición similar a la de Panamá. Es decir, si Cuba hubiera seguido otro modelo de corte liberal, hoy los cubanos serían mucho más ricos y no se hablaría de la miseria causada por el régimen castrista.
Gráfico 3. Evolución de la renta per cápita en Panamá en comparación con Cuba y Latinoamérica, en paridad de poder adquisitivo, dólares de 2011.
Fuente: Our World in Data.
Otro aspecto importante es la sostenibilidad del crecimiento panameño. El énfasis en servicios financieros y logísticos —ámbitos de alto valor agregado— ha permitido a Panamá alcanzar un PIB per cápita en paridad de poder adquisitivo superior a 23.500 dólares, uno de los más altos de Latinoamérica. Asimismo, la pobreza en Panamá disminuyó drásticamente, de niveles superiores al 20% hasta ser algo testimonial que únicamente afecta al 1,3% de la población, según datos del Banco Mundial, impulsada por la creación de empleo en las últimas tres décadas. No obstante, Panamá aún enfrenta desafíos de desigualdad: la prosperidad no ha beneficiado por igual a zonas rurales e indígenas, lo que indica que el crecimiento por sí solo no resuelve automáticamente los desequilibrios sociales.
Gráfico 4. Evolución de la extrema pobreza en Panamá.
Fuente: Our World in Data.
En resumen, Panamá demuestra cómo una pequeña economía abierta, dolarizada y orientada a servicios globales, puede lograr un crecimiento sobresaliente. Para Cuba, el modelo panameño sugiere la importancia de atraer inversión extranjera, aprovechar ventajas geográficas (Canal de Panamá en su caso, puertos y posición en el Caribe para Cuba), y mantener estabilidad monetaria. La dolarización de Panamá fue un factor de confianza clave; Cuba podría considerar mecanismos para estabilizar su moneda o incluso esquemas bimonetarios durante la transición. Además, la experiencia panameña subraya la necesidad de integrar la economía nacional al comercio mundial mediante zonas francas, turismo e infraestructura logística, sectores donde Cuba tiene potencial competitivo.
Conclusión
Chile y Panamá ofrecen lecciones valiosas para imaginar un modelo de capitalismo en Cuba. Del caso chileno aprendemos la eficacia de las reformas profundas y secuenciadas: liberalizar mercados, privatizar gradualmente, controlar la inflación y abrir la economía al mundo puede detonar un crecimiento robusto y sostenido. No menos importante, Chile mostró que combinar el libre mercado con políticas sociales focalizadas permite que los beneficios del crecimiento alcancen a amplios sectores, reduciendo drásticamente la pobreza en pocos años. Por su parte, Panamá enseña el valor de la apertura financiera y comercial extrema en una economía pequeña: con reglas claras, moneda estable y bienvenida al capital extranjero, un país puede transformarse en un hub regional de negocios, logrando niveles de ingreso per cápita antes impensables.
Para Cuba, estos casos sugieren varios puntos clave en un eventual proceso de transición:
Estabilidad macroeconómica inicial: controlar la inflación y generar confianza, quizá adoptando una moneda fuerte (o anclando la local al dólar) como hizo Panamá, para atraer inversiones y proteger ahorros.
Apertura al comercio y la inversión: eliminar trabas a la importación/exportación, crear zonas económicas especiales al estilo Colón, y firmar acuerdos comerciales que inserten a Cuba en las cadenas globales.
Reforma del sector estatal: reducir gradualmente el tamaño del Estado empresario, mediante privatizaciones o asociaciones público-privadas inspiradas en Chile, fomentando un sector privado nacional dinámico.
Protección social durante la transición: acompañar las reformas pro-mercado con redes de seguridad (por ejemplo, capacitación laboral, apoyo temporal a desempleados) para mitigar costes sociales iniciales y asegurar que el crecimiento sea inclusivo.
En conclusión, la transición al libre mercado en Cuba podría beneficiarse de un balance entre la audacia reformista chilena y la vocación global panameña. Emular aspectos de estos modelos, adaptándolos a la realidad cubana, facilitaría la construcción de una economía próspera y abierta, capitalizando el talento humano y la posición geográfica de Cuba. La experiencia cercana de nuestros vecinos enseña que, con políticas acertadas, es posible lograr en pocos lustros lo que antes parecía inalcanzable: un crecimiento vigoroso con mejora social, cimentando un futuro de mayor bienestar y libertad económica para el pueblo cubano.